Capitulo 10

Capitulo 10

El sueño no llegaba. Era tarde, tal vez las nueve de la noche, pero no lograba dormirme. Ese día había sido espantoso, y comenzaba a creer que debía internarme en un estúpido psiquiátrico. Aunque el día había ayudado a ponerme en el límite del estrés, en estos momentos la sensación de sosiego y languidez se había instalado en mi cuerpo y mente igual a la humedad en un muelle marino. En tal ensoñación las imágenes de la tarde iban y venían como flashes de una cámara o tal vez como las ramas de un árbol siendo bamboleada por el viento. Solamente doce horas y podría decirse que había vivido las mas intensas emociones de mi vida, setecientos veinte minutos que cambiaron mi mundo, manera de pensar y tal vez hasta las metas de cualquier futuro próximo. Antes veía con ojos de ingenuidad, ahora era una persona muy suspicaz, que esperaba lo peor de cada uno, sus lados oscuros y dudaba de que volviera a creer en alguien algún día.
Luego de salir de clases, las cuales eran tan variadas e inconexa entre sí, que no entendía en realidad que demonios estábamos estudiando. Ya había aprobado la preparatoria y debía estudiar una carrera precisa en la Facultad, pero, aunque pregunte a todo aquel al cual podía hablarle sin morir del tartamudeo que era lo que estudiábamos en sí, nadie supo francamente que responder, solo decían, cosas insustanciales… Ya tenía edad de reclamar y… de imprevisto recordé algo importante.
—Feliz cumpleaños. —Susurré en voz baja.
Si Paola felicidades en el mas extraño e ilógico cumpleaños de tu vida. Ahora era mayor de edad, una criminal, odiosa, desconfiada e irremediablemente malograda mental y adulta. La voz sonó como un retumbar en esa triste habitación tebaida. Añoraba hablar con Angélica y tal vez hasta abofetearla, zarandearla o caerle a patadas, empero en ese momento era solo un sueño, porque, dentro de unos minutos… Fruncí el ceño confundida ¿Qué era lo que estaba pensando? La imagen o palabra de mi mente se deslizó a velocidad de la luz, igual a una estrella fugaz, imposible de alcanzar de nuevo. Fastidiada y volviendo a la languidez profunda que ahora era mi gran compañera seguí analizando los sucesos de la tarde.
Javier caminaba con parsimonia. Era tal que la tentación de empujarlo para que se apurara me sacaba de quicio. Esta vez subimos por las mismas escaleras como si fuéramos hacia el comedor, pero, nos dirigimos hacia la dirección contraria. El pasillo era igual al del piso de abajo (Intuía que todo Tenebrarum estaba en el mismo estado) con paredes sucias, suelo asqueroso y techo que ni para que nombrarlo. Frenamos frente a una puerta modestamente mal pintada, con un cartelito absolutamente ridículo (De esos con un dibujo de una flor con caritas y letras salidas de un tebeo), donde estaba escrito “Coordinación de Personal” Javier golpeo con sutileza la puerta y luego la abrió así sin mas.
Habíamos luchado prácticamente por horas (Volvía a exagerar) con Alanora para que pudiéramos ir a buscarme un trabajillo sin tener que ser acompañadas por ellas. Ahora las llamaba la pareja dinámica (Lo cual no tenia sentido), en realidad las dos hacían que el mundo pareciera un lugar mas tenue, depresivo y misterioso. Esa sensación de corderito acorralado que tenia cada vez que me miraban aumentaba mi paranoia, y era mejor alejarse un poco. No era culpa de ellas (En esos momentos, todavía desconocía el peligro que las dos traían consigo o mejor dicho lo cruel y mortalmente dañinas que eran) que yo fuera una total lunática y pensara que todos aquellos estudiantes de Tenebrarum eran asesinos ocultos. Javier se ofreció muy esperanzado en acompañarme y cando me negué lo único que respondió fue:
—Tenemos un convenio tratado y usted debe pagarme, tengo que vigilar que complete su parte para mi propio beneficio.
Muy absurdamente acepte de una. En realidad con él no tenia problema alguno, más bien llevaba esa corazonada de que se encontraba en la misma situación que yo, y en sí solo deseaba una compañía en la cual podría confiar al menos un poco.
Ahora estábamos entrando a una habitación juntos, esperando que nadie saliera a darnos porrazos y buscando a Llovez Sangrial. Supuestamente ese era el nombre del encargado en los asuntos de personal, pero sinceramente en mi opinión personal parecía el nombre correcto para un presidente de juntas en Rusia o algo parecido.
El señor se encontraba limpiando algo parecido a un escritorio, sentado en una silla plásticas, típica en restaurantes de mala muerte. Tenía una barba de perilla y el cabello bastante desorganizado y mal cortado cayéndole por la frente. Levantó el rostro con una mirada curiosa, sentí un poco de lastima; los ojos que en una época podrían haber sido azules ahora estaban ocultos tras una capa de blanco enfermizo “¿Tenia…?”
—Catarata —Explicó el hombre a la pregunta silenciosa en la expresión de Paola Villa—. No se preocupe igual puede verle, aun como una sombra tosca. Dígame ¿Qué le trae por aquí?
“Alguna idea de cómo escapar en los próximo cinco segundos”
—Ella es la chica nueva, su nombre…
—Paola Villa —Interrumpió el hombre. La voz rasposa me recordaba los días en que jugaba en primaria, y un niño de nueve molestada a cada compañero tallando las uñas en el pizarrón de clases—. Se quien es, todo el Reformatorio conoce a la niña asesina —En ese momento sentí que toda la temperatura de mi cuerpo se había ido por el vertedero—. ¿Le pareció bien lo que hizo señorita Villa?
En esos momentos Javier fue hacia el hombre y golpeó con su mano izquierda el escritorio del ya nombrado.
—Para trabajar aquí, ella no amerita darle información personal ¿O es usted juez? ¿Me he perdido de algo? —Su voz se volvió totalmente glacial—. Espero que sepa respetar, señor Sangrial, aquí somos criminales ¿Recuerda? Y no nos quebrara así de fácil —Se acerco y le susurró suavemente—. No existe ninguna regla que me impida jugar un rato con usted ¿verdad? —El hombre parecía haber perdido cien años de vida.
—Despreocúpese —Logro decir con la voz cada vez mas ronca—. Era solo una pulla curiosa, la chica puede calmadamente trabajar aquí –Hizo un ademan desesperado con la mano—. Tenemos espacio en limpieza y administración…
—Limpieza —Dije con firmeza. Algo raro había pasado en esos momentos pero tristemente no lo había logrado identificar. Lo que si pude corroborar era que Javier se manejaba bien aquí, estaba segura que conocía muchos secretos de Tenebrarum que me encantaría conocer—. Me gustaría limpieza.
El hombre asintió, mientras Javier daba marcha atrás y se colocaba a mi lado.
—Bien ¿Puede ser en los salones? Así me acompañarías Paola.
Lo pensé por un momento, si de verdad quería sacarle alguna información era bastante influyente trabajar con él.
—Si.
—Bien.
—Bien. —Murmuró Sangrial mientras hacia una mueca que suponía debía ser una sonrisa.
Luego de la escena, había trabajado limpiando el salón de música. Barrí, pase coleto, le eche cera (La cual olía a perro húmedo) mientras Javier quitaba las telarañas y limpiaba los instrumentos. Intenté varias veces preguntarle sobre el lugar pero cada vez que lo hacia él me dirigía una intensa mirada de exasperación, negaba con la cabeza y seguía haciendo su trabajo. En algún momento los nervios hicieron que casi le lanzara el tobo de jabón, por suerte pude controlarme. Para cuando había terminado estaba cansada y de muy mal humor. No quiso decirme nada. Y por venganza no hable con él hasta cuando le pague sus kiper. Había recibido dos boletos de cinco mil kiper, un total de diez mil en tres horas. Le quise dar los cinco mil y e intento negarse a recibirlos, lo fulmine con la mirada y le puse el boleto en la manos para luego darme la vuelta y echar a caminar hacia el comedor. El resto de la tarde no hable con nadie.
Cuando llegué a la habitación o el cuartucho donde estaba alojaba. Encontré el lugar totalmente solitario, hasta en un desierto habría mas sonidos. La soledad era agobiante, en mi triste autocompasión quise echarme a gritar y llorar tal cual bebe. Aparté la sensación de golpe y fui hacia el baño, el cual, aunque pequeño y sencillo, al menos estaba bastante limpio. Tenía una bobilla clavada en la pared que soltaba una tenue luz y un simplón piso de baldosa, el sanitario blanco perla carecía de tanque de agua y debía bajarse con un tobo ubicado bajo la ducha vaginal. Había que ducharse a puro tobo, pero, con tener agua limpia bastaba. Repentinamente vino a mi memoria el agua putrefacta color vomito y sangre del baño de damas y el miedo fue espina clavada en mi alma mientras habría la ducha con el fin de cerciorarme, era agua transparente, nada de color a barro o vomito rojizo. Gracias a Dios.
Luego de ducharme revisé en el closet de cemento colocado en la pared frente a la puerta del cuarto. Saque mi piyama favorita (La cual constaba de un mono y una franela negra con rayas moradas) y me la coloqué. Cinco segundos después de que terminé de vestirme se abrió la puerta abruptamente. Solté un chillido y me volví en redondo. Angélica estaba en la entrada, con una expresión áspera y glacial.
—Hola perra —Entrecerró los ojos—. Se lo que intentaste hacer.
Calculé probablemente diez mil cosas dicha por mi, que probablemente la habrían echo enfadar, no encontré absolutamente ninguna.
— ¿Por qué actúas así? ¿De que demonios habla? —Pregunté casi chillando—. ¡No me di-d-digas p-p-e-erra!
Ella se acercó con pasos demasiados firmes y me soltó una bofetada de improviso.
—Se que te le insinuaste a David, al igual que él se defendió diciendo que era mi novio, mas a ti no te importó e intentaste besarlo. ¡Eres una perra! ¡Tienes un día aquí y ya te quieres tirar a cualquiera! ¡David es mío, puta desgraciada! —Fue a soltarme otro bofetón y yo la empuje hacia la puerta, ella se me quedo mirando con lágrimas en los ojos—. Maldi…
—Yo no me le insinué a David —Expliqué controlando el enfado. Estaba echa una furia ¿Cómo podría haber dicho eso? ¿Qué diablos le había echo yo? Por un momento estudié la escena. Angélica parecía una actriz en pleno teatro sobreactuando de una manera indignada, con el cabello alborotado y una pose de gata salvaje, los ojos muy abiertos y mostrando los dientes—. Yo… —Sin poder evitarlo empecé a reír—. ¡Yo me le insinué! ¡Que absurdo! ¡Ese pobre diablo! –Tal vez no era buena idea zarandear el avispero—. ¿Yo? –Ahogada en la carcajada no vi el siguiente bofetón de Angélica, fue fuerte y firme y dejo una vibración dolorosa en mi mejilla. Pero, eso no me detuvo seguí riéndome de ella, y eso estaba mal. Indignada abrió la puerta y antes de salir mirándome dijo:
—Puta desgraciada mereces estar aquí.
Y se fue.
Y ahora estaba en la parte baja de la litera viendo soñolienta el metal del lado superior.
—Si Paola, feliz cumpleaños.
En ese momento el sueño ganó el juego.

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